El documental que retrata la humillación y violencia de la industria pornográfica
«Quieren ver a una mujer que parezca una niña pequeña siendo violada».
Cientos de escenas de pornografía hardcore se producen todos los días. No son las clásicas secuencias de los años 70 en las que lo más “pesado” que podía verse eran las escenas de sexo anal, sino otro tipo de material. El nuevo porno está lleno de violencia y humillación. La división entre trabajar frente a una pantalla y ser abusada sexualmente es demasiado delgada.
Las mujeres son sometidas, golpeadas y tratadas como simples muñecas de carne para el gusto de millones de consumidores alrededor del mundo. Lloran para causarle placer a los fanáticos, gritan porque saben que eso causa emoción en la audiencia y permiten que sus compañeros las lleven “al límite” mientras sigan cobrando distintas cantidades de dinero, que van desde lo alto (en las productoras importantes) hasta lo miserable (en los filmes amateurs).
Las mujeres son sometidas, golpeadas y tratadas como simples muñecas de carne para el gusto de millones de consumidores alrededor del mundo. Lloran para causarle placer a los fanáticos, gritan porque saben que eso causa emoción en la audiencia y permiten que sus compañeros las lleven “al límite” mientras sigan cobrando distintas cantidades de dinero, que van desde lo alto (en las productoras importantes) hasta lo miserable (en los filmes amateurs).
La mayoría de las actrices en esos filmes están conscientes de las actividades que están a punto de realizar: desde participar en anales brutales en posiciones humillantes, hasta ser golpeadas continuamente por varios hombres. Sin embargo, es justo preguntar: ¿Cómo se llegó a ese punto de la evolución de la pornografía en que las participantes deben parecer infantes violadas?
¿Es sólo el dinero, o existen otros elementos detrás de esa visión y representación trastornada de la realidad?
Hardcore
La violencia en la pornografía no es algo nuevo. A pesar de que la llegada de Internet haya motivado su constante avance y degeneración, ha estado en el panorama desde inicios de siglo. El galardonado periodista Stephen Walker tomó la decisión de seguir el camino de una mujer que trató de entrar a la industria en el año 2000. Felicity era una madre soltera de 25 años cuyo interés en el porno nació de su gusto por el sexo y por lo fácil que era ganar dinero vendiendo su cuerpo para ser filmada. Todo terminó en el momento en que fue violada por uno de los personajes más controversiales del mundo del porno, Max Hardcore. Fue manipulada, la llamaron “puta perdedora” y nunca volvió a pensar en crear un filme para adultos. Si Walker no hubiese detenido la grabación, Felicity pudo haber sufrido daños mucho más graves que aquellos que la marcaron esa tarde.
Max Hardcore es conocido como uno de los monstruos más temibles de la industria. Felicity se había mostrado nerviosa poco antes de la filmación de su violación, ya que sabía la fama de violencia que tenía el hombre. Desde que ganó notoriedad en 1992, se especializó en crear filmes con mujeres que parecieran adolescentes o niñas. Las vestía con ropas infantiles y las situaba en escenarios enfocados hacia un público pedófilo. En el acto procedía de forma brutal. Las ahogaba con su pene, les orinaba encima, las incitaba a vomitar y llorar para hacer más intensa la sesión. En el tiempo que Max producía sus primeros filmes, era considerado uno de los más extremos de la industria; sin embargo, hoy sus prácticas son cada vez más comunes.
¿Dónde se acaba el acuerdo?
En el documental de Walker, una actriz de su productora afirmó que siempre llevará a las actrices «al límite» y que muchas prefieren mantenerse alejadas de él. Sin embargo, no culpa la violencia de sus filmes ligándola a su personalidad, sino al público: «[Los consumidores…] quieren ver a una mujer que parezca una niña pequeña siendo violada». Pero, ¿es eso cierto?
La industria porno crea material cada vez más enfocado al hardcore, pero acusa a la audiencia, cuando ellos mismos son los culpables. El sexo en los filmes se ha tornado más violento porque la industria lleva décadas distorsionando la visión de la realidad. No sólo los jóvenes están desarrollando ansiedad por cumplir los estándares ilógicos que presenta la pornografía –tal como lo reportó el Telegraph–, sino que existe un segmento erróneamente influenciado por los actos salvajes que se cometen en pantalla. Las producciones actuales son consecuencia de todos esos años de consumir material degradante, la novedad (en este caso: acciones aún más violentas) hace que los usuarios sigan viéndolo y crean que es normal.
Lo que aparece en el documental de Walker –apropiadamente titulado “Hardcore”– es el mejor ejemplo de lo anterior y de cómo la industria manipula tanto a sus actrices como a la audiencia. Después de que Felicity rompe en llanto y abandona la escena posterior a la que Max trata de ahogarla con su pene, el hombre –similar a un psicópata– se acerca a ella y trata de convencerla de que tiene una responsabilidad y de que el trabajo tiene que realizarse, ya que, de lo contrario, no tendrá éxito como actriz en la industria. Le reafirma con tranquilidad que tiene un contrato y que no puede ser una “niña perdedora” si quiere lograr ser exitosa. Ella acepta volver a la escena entre lágrimas, pero Walker detiene la filmación, convencido de que lo que está presenciando es una violación.
Hace apenas dos años, el joven actor porno James Deen, también conocido por su estilo rudo y violento, fue acusado de violación por su exnovia Stoya, junto con otras actrices de la industria. La mujer aseguró que durante una filmación había pedido que el hombre se detuviera y –a pesar de que usó su palabra clave (término que daría fin a una sesión por incomodidad de alguno de los participantes) no se detuvo y nadie en el equipo de producción paró la filmación. Las demás acusaciones eran de tono similar, pero –aunque su carrera y reputación estuvo en riesgo– aún continúa siendo uno de los actores más prolíficos y celebrados de las películas porno. Sus víctimas fueron ignoradas. Está claro que no son vistas como participantes reales dentro de la industria. Son sólo objetos y su participación en los filmes las hacen ver justo así; si no desean actuar, encontrarán a alguien más.
Una investigación del Telegraph analizó múltiples asesinatos brutales que pudieron ser influenciados por el alto consumo de pornografía hardcore. En su artículo, Joan Smith, asegura que «el pensar que mirar este tipo de contenido constantemente no puede tener efectos en la mente, desafía el sentido común». No sólo habrá que preocuparse de que los adolescentes crean que el sexo es de cierta forma, sino que ahora es posible que adopten ideas violentas y humillantes hacia las personas del sexo femenino –en especial a niñas pequeñas–. Esto también afectaría a las mujeres que miran este contenido. La idea de ser sometidas y golpeadas sin el completo consentimiento puede crecer dentro de ellas afectando también su percepción del sexo.
Sólo unas cuantas actrices soportan vivir en constante humillación y aunque existan defensoras como la actriz Nina Hartley, que asegura que todas las mujeres están conscientes del peligro al que se enfrentan, la mayoría de ellas calla por miedo a ser desechadas. Que a algunas personas les guste el sexo hardcore o el BDSM, no significa que alguien tenga que sufrir de abuso.
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El documental “Hardcore” de Stephen Walker es sólo el viaje de una mujer a través de esa pesadilla que vive en las películas porno todos los días, sin embargo, sirve como una ventana para mirar la forma en que alguien puede caer prisionero de un ciclo de violencia y humillación. Cientos continúan trabajando para una industria que las odia y las desechará si pueden encontrar a alguien mejor.
Millones de jóvenes y personas alrededor del mundo distorsionan su versión de la realidad masturbándose constantemente en sus habitaciones con el dolor silencioso de esas mujeres.
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